(Ana, si te gusta, dale una vuelta y a conquistar el mundo)
Trataba de concentrarse en el libro que tenía entre sus manos. Sabía que era bueno, o al menos eso le había dicho. Pero por más que lo intentaba, no podía.
Había alcanzado el límite de su concentración, y llegada a este punto su cabeza comenzaba a desviarse de cualquier otro pensamiento.
Cada palabra, cada línea de aquel libro le recordaba a él. Aunque la historia no tuviera que ver con él. Eso era lo de menos. Él había sido quien le había recomendado el libro, y eso para ella era suficiente.
Entonces eran otros tiempos. Eran felices, vivían juntos bonitos momentos, se tenían el uno al otro y no necesitaban a nadie más. Y sabía que no era una impresión suya: él también lo decía.
Pero, sin saber cómo ni cuándo, sin darse cuenta ni tiempo a reaccionar, las cosas empezaron a cambiar.
¡Qué distinto era ahora todo! Había intentado de mil manera distintas volver a acercarse a él, pero ahora era incapaz de derribar el muro que les separaba.
¡Si al menos supiera por qué todo había cambiado! Si supiera si había alguna forma de enmendar la situación...
Se conformaba con saber los motivos. No pedía más, sólo una explicación. Argumentos que provinieran de su boca, porque ella, por sí misma, se veía incapaz de encontrarlos.
Mientras mantenía el libro cerrado entre sus manos, con los ojos clavados en las letras de ese título, que también le recordaba a él, se decía a sí misma que no podía seguir así. Sabía que tenía que mirar al futuro y no dejar que el pasado siguiera condicionando su vida.
Lo sabía. Pero no podía. Así no. Era consciente de que mientras no cerrara esa puerta no tendría fuerzas para abrir la siguiente.